Del Talento Técnico al Talento Humano en FP Euskadi
En un mundo laboral marcado por la transformación constante y la creciente complejidad tecnológica, la Formación Profesional (FP) adquiere una relevancia crucial para el futuro del empleo, la competitividad y la cohesión social. Sin embargo, el verdadero potencial de esta formación no se alcanza únicamente mediante el desarrollo técnico de las competencias, sino que requiere también el entrenamiento de competencias personales y sociales, además de una perspectiva más integral, que incorpore en el proceso formativo la dimensión ética, los derechos humanos y la cultura democrática como elementos esenciales.
La importancia de los valores en la Formación Profesional
Los valores son principios que orientan el comportamiento humano y dan sentido a nuestras acciones en el ámbito personal, social y profesional.
En la Formación Profesional esta dimensión no puede quedar relegada. A menudo, un énfasis excesivo en las competencias corre el riesgo de invisibilizar el papel de los valores cuando, en realidad, son estos los que permiten que las habilidades se pongan en práctica de manera ética y con sentido común. ¿Puede considerarse realmente competente alguien que, aunque eficaz, actúa sin compromiso, sin empatía o sin integridad? ¿Qué sentido tiene desarrollar el trabajo en equipo si no se acompaña de valores como la inclusión, la solidaridad o la interdependencia? ¿De qué sirve una gran capacidad comunicativa si va a ser utilizada para manipular, excluir o perjudicar a otras personas? Las competencias, sin una base ética que las oriente, pueden convertirse en herramientas vacías.
En este sentido, es clave diferenciar entre competencias y valores. Aunque ambos son complementarios, los valores actúan como cimiento sobre el que se construyen las competencias. Así, hablar de formar buenos profesionales sin formar buenas personas es, en el mejor de los casos, una visión incompleta.
Una ética de mínimos para tiempos inciertos
En el contexto actual, caracterizado por la incertidumbre, la transformación tecnológica y los cambios culturales y sociales, la Formación Profesional debe incluir una ética de mínimos que permita a las personas situarse y actuar con criterio en entornos laborales y sociales complejos. Se trata de fomentar una conciencia moral que permita discernir, por cuenta y voluntad propias, qué decisiones son mejores y más justas, desarrollando así la autonomía personal.
Esta ética debe estar articulada en torno a valores fundamentales como la solidaridad (empatía y sentido de comunidad), la inclusión (respeto y valoración de la diversidad), la iniciativa (no quedarse indiferente ante los problemas o necesidades del entorno, especialmente frente a situaciones de injusticia) y la interdependencia (reconocer que todos somos vulnerables y que nos necesitamos unos a otros). Son los valores que hemos denominado en la Formación Profesional de Euskadi como Valores 4.0.
Los valores no solo humanizan la práctica laboral, sino que también tienen un impacto directo en la productividad, la innovación y la sostenibilidad empresarial, tal y como lo demuestra la experiencia de las economías avanzadas.
El modelo de aprendizaje FP Euskadi herramienta para la educación en valores
La educación en valores se forja en todos los espacios de socialización: familia, escuela, barrio, comunidad... Sin embargo, lamentablemente, para parte de nuestro alumnado, los centros de Formación Profesional y su profesorado se convierten en los únicos referentes éticos. En un contexto social donde los agentes de socialización son múltiples y sus mensajes, en ocasiones, contradictorios, los centros formativos tienen la responsabilidad de generar espacios propicios para la reflexión ética, la construcción de sentido y la formación de juicio crítico.
El modelo de aprendizaje de FP Euskadi permite plantear retos solidarios, generar momentos de reflexión compartida, contar con equipos docentes cohesionados que transmiten mensajes coherentes, poner al alumnado a trabajar en equipo y aprender colaborativamente... De esta forma, el modelo ofrece el escenario donde el alumnado no solo desarrolla sus competencias profesionales, sino que también reflexiona sobre sus valores. Esta aproximación no pretende transmitir un conjunto cerrado de principios, sino promover la capacidad del alumnado para pensar éticamente, discernir con autonomía y actuar con criterio propio. Se trata de enseñar a "ser" tanto como a "hacer".
Conclusión: formar profesionales íntegros
La Formación Profesional debe concebirse como una propuesta formativa integral, que articula competencias técnicas, personales y sociales con valores humanos y cultura ética. En este enfoque, la formación en valores no es un añadido decorativo, sino un componente estructural del perfil profesional. Es esta formación integral la que permitirá al alumnado no solo insertarse con éxito en el mundo laboral, sino también contribuir activamente al desarrollo de nuestra sociedad.
Educar en valores no es, por tanto, una opción, sino una necesidad. Solo así podremos formar profesionales con talento, capaces de afrontar los retos del presente con responsabilidad, humanidad y sentido.